por Prins, Arturo
Hay políticos que, como estrategia de campaña, apelan al sentimiento y la emotividad del electorado. Otros prefieren llegar a través de la razón. Para atemperar el sufragio irreflexivo, muchas democracias no exigen la obligatoriedad del voto.El proceso electoral que vivimos está marcado por una tendencia: la forma en que algunos políticos se comunican con el electorado pareciera apelar a los sentimientos más que a la razón. Seguramente los “creadores de imagen” que contratan los candidatos tienen que ver con esta estrategia. Buscan tocar el ánimo de los ciudadanos, donde anidan las emociones, agradables o penosas, según las circunstancias.
Dado que la emotividad es intensa, pasajera y muy cambiante no sería terreno apto para el crecimiento de las ideas, que requieren de hábitos reflexivos adquiridos con tiempo, continuidad y paciencia. Si los estados emotivos se modifican frecuentemente, las ideas que allí arraiguen cambiarán al ritmo de las emociones. Esta sería una de las razones, no la única, de la volatilidad del voto argentino.
Eduardo Fidanza, sociólogo especializado en estudios de opinión y director de Poliarquía Consultores, explicaba que un cuarto del electorado –aquí y en todo el mundo– es el que se informa, lee los diarios, reflexiona y razona los procesos políticos, los problemas y las propuestas para resolverlos. El resto llega a estas realidades más superficialmente. Así se explica que tras la muerte de Néstor Kirchner, Cristina Fernández –su esposa y presidenta de los argentinos– haya pasado de un nivel bajo de aceptación (según las encuestas) a categorías muy superiores. El sentimiento marcó el cambio, repentinamente, sin mayor elaboración. Otra muerte, la de Raúl Alfonsín, proyectó a su hijo –también por las encuestas– a la candidatura presidencial del radicalismo, cuando hace apenas dos años era sólo segundo candidato a diputado de una coalición por la provincia de Buenos Aires.
La estrategia del voto emotivo tuvo también como protagonista reciente a Miguel Del Sel en Santa Fe. En un santiamén Mauricio Macri llevó al cómico del espectáculo a la política, de la comedia a la candidatura a gobernador. Sin experiencia ni equipos para conducir una provincia compleja, bastó que Del Sel se comunicara con sus comprovincianos con simpatía, cariño y sencillez –como sabe hacerlo un buen actor– y el sentimiento hacia él creció rápidamente. Otra estrategia criticada fue la del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, con el aviso “Yo creo en Dios”, donde apeló al sentimiento religioso y desbordó el límite al que se puede llegar en esta materia.
En contraste, otros políticos eluden los escenarios faranduleros, las estrategias sentimentales y optan por la construcción pausada de la política. Es el caso de Hermes Binner, que fue secretario de salud en Rosario (1989), concejal, dos veces intendente de la ciudad, diputado nacional, primer gobernador socialista de Santa Fe y ahora candidato a la presidencia, “sin apuros”, como expresa reiteradamente. Beatriz Sarlo comentaba al respecto: “Binner no galvaniza emociones (…) tiene un temperamento moderado y paciente (…) Esas cualidades posiblemente sintonicen con electorados que no quieren movimientos volcánicos ni piensan a la política como una dimensión que debe atravesar emocionalmente sus vidas”.
Como una manera de evitar la irracionalidad del sufragio muchas democracias no exigen la obligatoriedad del voto, de manera que concurren a los comicios los interesados en hacerlo. Una periodista argentina, preocupada por el tema, recogía este chiste que ilustra muy bien la situación: “Gobernador, gobernador –grita una persona– toda la gente que piensa lo apoya”, y él contesta: “No es suficiente, necesitamos a la mayoría”.