sábado, 6 de agosto de 2011

“Indignación” y realidad, ¿son compatibles?

por Mendiola, Luis

A menos que alguien ceda, difícilmente se logren conciliar los reclamos de los “indignados” y quienes detentan el poder y los medios para darles solución.Los “indignados”, que ocuparon la atención pública en España –Puerta del Sol en Madrid, Plaza de Cataluña en Barcelona– y en otros países de Europa se retiraron de esos emblemáticos lugares. En Barcelona, el 15 de mayo practicaron lo que aquí llamamos un “escrache” frente al Parlamento catalán. ¿Qué quedará de esa experiencia? Las manifestaciones juveniles en plazas y lugares públicos despiertan la fantasía, las esperanzas y los proyectos de los que están presentes y de los que se unen a través de los medios. Hacen historia, como la Tahrir, en El Cairo. Y aun fracasando, como en Tienanmen.

Pero ¿qué será ahora de las plazas españolas? La Unión Europea enfrenta dilemas muy graves en España, Irlanda, Portugal y Grecia. Cada caso es diverso, pero los acomuna el hecho de que sus sociedades y gobiernos tienen problemas que no pueden resolver por sí solos. Comparten el endeudamiento externo e interno, el desempleo estructural –en especial, de la juventud–, la disconformidad de la sociedad ante un futuro desalentador, la perplejidad de los gobiernos y las exigencias perentorias de los actores externos. El choque de voluntades entre quienes pretenden soluciones inmediatas y absolutas –los manifestantes– y quienes exigen disciplina, sacrificios, corrección de conductas –los encargados de aportar los medios– es frontal y no ofrece posibilidad de consenso. Si las conducciones políticas de esos países pretenden una salida, tendrá un alto costo. En elecciones que sucedieron a disturbios y crisis triunfaron los proyectos contrarios –de derecha– a las pretensiones de la plaza.

Es una espiral negativa, sin aparente solución. A menos que alguien ceda –y no es difícil deducir quién deberá hacerlo–, no es predecible la ruptura de la unidad monetaria europea. Es más plausible un futuro de ajustes estructurales. Si las sociedades de Europa oriental lograron cambios mucho más profundos –salir de una economía socialista– y hoy se encuentran en mejor situación, significa que es posible.

El caso de los “indignados” es distinto. La protesta fue disciplinada e ingeniosa. Intentaron consensos entre ideologías contrarias, manifestaron malestar contra la clase política, pretenden una revolución ética y una reforma electoral que permita mayor expresión. Apelan a derechos básicos como la vivienda, luego del desastre inmobiliario español; claman por abolir leyes injustas y discriminatorias, ligadas a una reforma fiscal radical y a suprimir privilegios de clase, en especial, de la política. Coinciden con otras protestas contra el FMI, pero agregan el rechazo a la Banca Central Europea.

Pero este reclamo es irreal: la BCE no puede ser evitada, es un pilar esencial del sistema monetario común. Y salir del euro es una fantasía. Los “indignados” suman reclamos con historia antigua: la “desvinculación” de la Iglesia y el Estado, más regulaciones laborales, el cierre de las centrales nucleares (en España hay ocho), la oposición a las privatizaciones, la “real” separación de los poderes, el cierre de las fábricas de armamentos, la reducción del gasto militar y la transparencia en el uso de los fondos de los partidos políticos. Otros reclamos se refieren a la expropiación de viviendas no usadas, la reducción del tiempo de trabajo, la jubilación a los 65 años, el control de las entidades bancarias. Se aspira a una democracia más participativa a través de los referendums y a la existencia de un poder judicial independiente. Pero el reclamo real, profundo, de la “indignación”, se sintetiza en la crítica a la deserción de la clase política. Si al menos este aspecto fuera escuchado, ya sería un triunfo.

1 comentario:

  1. Desde la década del 70 se expandió por el mundo una degeneración patológica del principio del “laissez faire” a la realidad económica mediante el repliegue sistemático de los estados ante cualquier regulación o control de las actividades lucrativas, algo sin precedentes en ninguna economía desarrollada, ni siquiera en EEUU.

    Se transfería así el control de la sociedad a un mercado – supuestamente autocontrolado – que prometía maximizar la riqueza y el bienestar de una población – supuestamente formada por actores que solo buscan maximizar sus propios intereses.

    Los resultados están ahora a la vista. En el mundo entero la desigualdad ha crecido inmensamente, la riqueza va a parar cada vez a menos manos y la pobreza aumenta geométricamente. Estos son hechos, basta ver las estadísticas de distribución de la riqueza en todos los países. Este proceso ha sido especialmente agudo, generando conflictos humanos y sociales de gravedad inusitada. La Iglesia ha denunciado estas situaciones en reiteradas ocasiones.

    La indignación tiene muchas razones para encenderse! Es absurdo creer en una sociedad que a la vez que pretende que todo lo puede, se declara incapaz de sostener niveles de educación, salud y seguridad en la vejez que eran estándares hace 30 años.

    ¿Cual es la respuesta del sistema a esta justa indignación? La política, que se da cuenta de los costos, no es capaz de proponer alternativas superadoras y acude al “imposibilismo”. “Lo sentimos mucho, pero es lo único que se puede hacer, hay que ajustar(les) el cinturón”. Esto es lo que aparece en el artículo cuando dice: “Pero este reclamo es irreal: la BCE no puede ser evitada, es un pilar esencial del sistema monetario común. Y salir del euro es una fantasía.” ¿Porqué es irreal? ¿Porque lo dicen los mismos que tienen poderosos intereses ligados al BCE y el euro? ¿No se recuerda nuestra situación, ligados al FMI y al dólar? ¿No se ve el paralelo con esa estafa que fue el “blindaje” de De la Rua?

    Hoy la economía dejó de tener preocupaciones éticas o sociales. Se disfrazó de “ciencia” y desde ese sitial – injustificado – pretende enunciar verdades tan neutras y universales como las de la física. En realidad los físicos son bastante más humildes porque saben que sus teorías son contrastadas con la experiencia por sus colegas, algo que no ocurre con la economía. Asombra ver como hay dogmas económicos que no se analizan ni discuten, a pesar de lo cual las soluciones que proponen se presentan tan inevitables como la ley de gravedad.

    En economía, la incansable repetición de conceptos sin fundamento en la experiencia los transforma en “verdades” que no se discuten. Se termina por “naturalizar” ideas que no son verdaderamente pensadas sino que son solo reflejos condicionados: “¿La inflación le parece mala? ¡SI, hay que combatirla a cualquier precio!”, aunque en realidad el que contesta nunca analizo que es la inflación, cuanta es buena o mala en una situación dada, o como intervino, por ejemplo, en el proceso que sacó a EEUU de la depresión de 1930. Lo triste es que esto se lo creen los que pagan el precio del enriquecimiento de quienes propagan estas ideas.

    Por eso, yo creo que está mal formulada la pregunta del título: “Indignación” y realidad ¿son compatibles? La forma correcta de enunciarla sería: Indignación y “realidad” son compatibles?

    Lo verdadero es la indignación, lo lógico es que en un mundo que es cada vez más injusto todos nos indignemos, razones sobran.

    Lo falso es construir una “realidad” donde la mayoría de las personas deben, inevitablemente, vivir mal para que una ínfima minoría viva su delirio de poder y riqueza.

    Las manifestaciones de los indignados son solo el comienzo de un proceso de concientización, de darse cuenta que son necesarios cambios muy profundos en el sistema social y económico. Si de esto se derivan luego transformaciones que tiendan hacia una sociedad más justa, bienvenidos sean. Quizás solo falta que surjan nuevos líderes.

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