miércoles, 7 de septiembre de 2011

El voto emotivo, una tendencia entre nosotros

por Prins, Arturo

Hay políticos que, como estrategia de campaña, apelan al sentimiento y la emotividad del electorado. Otros prefieren llegar a través de la razón. Para atemperar el sufragio irreflexivo, muchas democracias no exigen la obligatoriedad del voto.El proceso electoral que vivimos está marcado por una tendencia: la forma en que algunos políticos se comunican con el electorado pareciera apelar a los sentimientos más que a la razón. Seguramente los “creadores de imagen” que contratan los candidatos tienen que ver con esta estrategia. Buscan tocar el ánimo de los ciudadanos, donde anidan las emociones, agradables o penosas, según las circunstancias.

Dado que la emotividad es intensa, pasajera y muy cambiante no sería terreno apto para el crecimiento de las ideas, que requieren de hábitos reflexivos adquiridos con tiempo, continuidad y paciencia. Si los estados emotivos se modifican frecuentemente, las ideas que allí arraiguen cambiarán al ritmo de las emociones. Esta sería una de las razones, no la única, de la volatilidad del voto argentino.

Eduardo Fidanza, sociólogo especializado en estudios de opinión y director de Poliarquía Consultores, explicaba que un cuarto del electorado –aquí y en todo el mundo– es el que se informa, lee los diarios, reflexiona y razona los procesos políticos, los problemas y las propuestas para resolverlos. El resto llega a estas realidades más superficialmente. Así se explica que tras la muerte de Néstor Kirchner, Cristina Fernández –su esposa y presidenta de los argentinos– haya pasado de un nivel bajo de aceptación (según las encuestas) a categorías muy superiores. El sentimiento marcó el cambio, repentinamente, sin mayor elaboración. Otra muerte, la de Raúl Alfonsín, proyectó a su hijo –también por las encuestas– a la candidatura presidencial del radicalismo, cuando hace apenas dos años era sólo segundo candidato a diputado de una coalición por la provincia de Buenos Aires.

La estrategia del voto emotivo tuvo también como protagonista reciente a Miguel Del Sel en Santa Fe. En un santiamén Mauricio Macri llevó al cómico del espectáculo a la política, de la comedia a la candidatura a gobernador. Sin experiencia ni equipos para conducir una provincia compleja, bastó que Del Sel se comunicara con sus comprovincianos con simpatía, cariño y sencillez –como sabe hacerlo un buen actor– y el sentimiento hacia él creció rápidamente. Otra estrategia criticada fue la del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, con el aviso “Yo creo en Dios”, donde apeló al sentimiento religioso y desbordó el límite al que se puede llegar en esta materia.

En contraste, otros políticos eluden los escenarios faranduleros, las estrategias sentimentales y optan por la construcción pausada de la política. Es el caso de Hermes Binner, que fue secretario de salud en Rosario (1989), concejal, dos veces intendente de la ciudad, diputado nacional, primer gobernador socialista de Santa Fe y ahora candidato a la presidencia, “sin apuros”, como expresa reiteradamente. Beatriz Sarlo comentaba al respecto: “Binner no galvaniza emociones (…) tiene un temperamento moderado y paciente (…) Esas cualidades posiblemente sintonicen con electorados que no quieren movimientos volcánicos ni piensan a la política como una dimensión que debe atravesar emocionalmente sus vidas”.

Como una manera de evitar la irracionalidad del sufragio muchas democracias no exigen la obligatoriedad del voto, de manera que concurren a los comicios los interesados en hacerlo. Una periodista argentina, preocupada por el tema, recogía este chiste que ilustra muy bien la situación: “Gobernador, gobernador –grita una persona– toda la gente que piensa lo apoya”, y él contesta: “No es suficiente, necesitamos a la mayoría”.

6,7,8, Murdoch: medios, barbarie y libertad

por Eliaschev; Pepe

El escándalo del magnate de los medios trasciende las fronteras del hoy convulsionado Reino Unido y teje redes de poder, negocios, cinismo y abusos.Hicieron todo lo que no debía hacerse. Violaron intimidades. Penetraron intercambios privados. Espiaron. Conspiraron. Corrompieron policías corrompibles. En nombre de un supuesto mandato informativo, salpicaron los espacios periodísticos de maledicencias. Fueron ruines y, sobre todo, perfectamente amorales. En la escalera degradatoria del amarillismo tradicional, ignoraron las restricciones más obvias. En aras de vender diarios, le hicieron la vida miserable a demasiada gente. Transgredidas las vallas de última contención, el escándalo reventó como ampolla purulenta. Durante varios días pareció que se llevaba consigo a un gobierno demasiado reciente como para quedar tan vulnerado.

El escándalo Murdoch habla de cuestiones que trascienden de lejos los límites del Reino Unido. En ese pozo apestoso se combinan varios predicamentos de alcance internacional: prensa y poder, rentabilidad y negocios, cinismo y ausencia de valores, capitalismo de rapiña y garantías individuales. La relación del poder político con los medios es poco menos que proverbial en casi todas partes. En el caso británico, el inmenso poder de los medios del empresario de origen australiano no podía ser ignorado por los gobiernos laboristas y el actual de la coalición conservadora-demoliberal. Pero si, para proteger sus intereses políticos, Tony Blair en su momento y David Cameron ahora fueron pragmáticamente promiscuos en sus lazos con Murdoch, debe apuntarse que su connubio con el grupo excedió en un punto lo políticamente tolerable. Se condena en este escándalo que un poder político se haya entreverado sin límites con un conglomerado de prensa y TV básicamente famoso por su carencia de escrúpulos.

También debe decirse que ese mismo compacto mediático fue armado con astucia: junto a los amarillos y reaccionarios News of The World de Londres, y New York Post de los Estados Unidos, Murdoch hace años que compró el mítico The Times, venerada vaca sagrada del más rancio periodismo británico de prestigio.

En una era claramente signada por la progresiva y ya irreversible decadencia de los diarios, la batalla por la supervivencia devino colosal en la vieja capital del Reino Unido. No es un mercado sencillo. A diferencia de la brutal Nueva York (donde sólo sobreviven tres diarios), Londres cuenta con una insólita cantidad de cotidianos, incluyendo diarios “de calidad” muy arraigados (Guardian, Telegraph, Financial Times, Independent), los populares Mirror, Express y Mail, además del citado Times, y varios sensacionalistas muy duros, como The Sun, del mismo Murdoch).

Estamos hablando de pujas brutales en un mercado altamente competitivo y con una formidable pujanza en materia digital. De hecho, el mercado británico deriva rápidamente a una clara preferencia por informarse cada vez más con y desde Internet. En ese contexto, la pelea desaforada por los consumidores de sensacionalismo adquiere ribetes espectaculares.

Cuando Murdoch compró finalmente el viejo New York Post de Manhattan (su fórmula crimen, sexo, celebridades, chismes, escándalos políticos y deportes) a fines de los ’90, no hizo más que blanquear su apetito global y su objetivo (logrado) de ser el magnate central del mercado anglosajón. En septiembre de 1998, hace casi dos décadas, la revista norteamericana Mother Jones dictaminaba que “en una industria que genera más poder que dinero, tal vez nadie controla tanto poder como Murdoch, algo fundamentalmente temible en sí mismo”.

Ver el resto del artículo en http://www.revistacriterio.com.ar/nota-tapa/678-murdoch-medios-barbarie-y-libertad/

Editorial: ¿Se equivocó la sociedad?

por Consejo de redacción

Después de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias del 14 de agosto, cabe reflexionar no a partir de hipótesis y especulaciones, sino sobre la base de una evidencia incontrastable: la sociedad ha optado mayoritariamente por este gobierno.

Ante los resultados, lo primero no es tratar de determinar el acierto o error de tal decisión. Porque este juicio sólo puede derivar de una adecuada comprensión de las razones que impulsaron a votar de ese modo.

En este sentido, y comenzando por las causales más inmediatas, podría decirse que en esta votación ha pesado el nivel de consumo de clases medias y altas, sumada a la sensación de protección que brinda a los más pobres la ayuda social. En un contexto mundial convulsionado, nuestro país presenta un panorama de relativa estabilidad, sin aparentes riesgos de crisis en el futuro inmediato.

Pero los motivos no son sólo coyunturales. Como señalaron recientemente algunos analistas, la mayoría de los argentinos está de acuerdo con las líneas maestras del modelo: estímulo al consumo, mayor intervención del Estado, no represión de la protesta social, la política de subsidios, juicio a los represores.

En un tercer nivel, más profundo, estos pilares de la política gubernamental están respaldados por una construcción ideológica que le da al actual gobierno una identidad fuerte. El kirchnerismo parece haber ganado una batalla cultural.

En contraste con esto, la oposición carece de una identidad definida y aparece fragmentada y desdibujada. Una de las razones de ello es que el discurso crítico no es suficiente cuando carece de una propuesta clara en cuanto al rumbo político, y una dirigencia que pueda ser percibida como idónea y confiable para llevarla a la práctica.

Teniendo en cuenta esto último, se entiende que la percepción de la corrupción, el desorden, el despilfarro, la mentira y el abuso institucional no hayan pesado significativamente en el momento del voto. No se trata de insensibilidad moral, sino del hecho crudo de que el catalizador adecuado para que estos factores adquieran verdadera relevancia todavía no ha aparecido en el horizonte político nacional.

Las elecciones primarias, si bien por su naturaleza no expresan necesariamente la voluntad última de los votantes, sí manifiestan una clara opinión, en este caso abrumadoramente mayoritaria a favor de Cristina Fernández de Kirchner, que tendrá que ser convalidada en las elecciones de octubre.

Por lo tanto, la atención de la ciudadanía deberá centrarse tanto en la figura presidencial como en la composición del Congreso, opciones varias que podrán ejercerse con el corte de boletas. Es clave la construcción republicana de una herramienta de control como debe ser el Poder Legislativo, sobre todo cuando parece desplegarse un escenario de partido único.